Todo sucedió durante unas vacaciones de verano en La Toscana. Siguiendo el consejo de nuestra queridísima Claudia, fuimos a comer a un restaurante ubicado en el bucólico pueblo de Porto Santo Stefano, en Monte Argentario. Allí nos esperaba un sencillo edificio de madera al final del paseo; los ventanales de los tres lados abiertos de par en par; la brisa marina correteando refrescante entre sus comensales; unas vistas al mar y a los yates totalmente hipnóticas; un risotto al limón con piñones y gambas que aún me hace salivar; la mejor ensalada caprese que he probado en mi vida. Y todo ello servido con una sonrisa y mucho cariño. Se me ocurren muchas razones para querer volver a Porto Santo Stefano. Sin duda esta trattoria es una de ellas.
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